top of page
Buscar

Hablemos del trauma, por favor

Tanto para bien como para mal, el trauma como término y concepto se ha vuelto sumamente popular en las últimas décadas y sobre todo en los últimos años.



ree


Por el lado positivo, hablar más y más sobre el trauma, nos ha permitido visibilizar algo que por muchos años existió tan solo en la clandestinidad de nuestra experiencia más íntima, pero que nunca era compartido con el mundo.

Sin embargo, esta popularización del término nos ha llevado a una pluralidad de definiciones que no siempre expresan de forma legítima lo que significa el trauma. 

¿Se te rompieron tus zapatos favoritos? ¡Qué trauma! ¿Las cosas no salieron como esperabas? Traumático… Sin duda alguna la palabra trauma y sus derivados han entrado a nuestro imaginario común para ayudarnos a describir toda experiencia fuera de lo cómodo, fuera de lo esperado, y de paso, han logrado superficializar un término que para muchos podría ser una puerta de entrada a una autoexploración encaminada a la expansión y la sanación.


Pero también existe un lado del espectro en el cual la palabra trauma se vuelve un escudo para solapar nuestras acciones y actitudes, el término debajo del cual nos autoasumimos como víctimas de la vida, rotos y defectuosos para toda la eternidad. Así, en un mundo donde todo es traumático, se desdibuja la legitimidad de esas experiencias que nos impactaron de manera importante, pero también se borra nuestra propia agencia en el camino del bienestar y la plenitud. Y justo porque creo que el entender de manera integral lo que el trauma significa nos acerca tanto al empoderamiento como a la compasión, me gustaría presentar los ojos desde los cuales observo este término, el cual informa mi trabajo como terapeuta somática.


Ahora, antes de adentrarnos en mi definición del trauma, me gustaría mencionar algunos aspectos que me resulta fundamentales para que la visión cuaje.


Nuestros cuerpos son una de las tecnologías más impresionantes jamás concebidas. Desde el momento de nuestra gestación hasta el momento de nuestra muerte, el cuerpo lleva a cabo interminables y misteriosos procesos que rayan en la magia con un propósito principal: permitirnos experimentar la vida. 

Y puesto que para experimentar la vida es necesario mantenernos con vida, el cuerpo se toma muy en serio la supervivencia. Literalmente nuestro cuerpo está observándose y observando a su entorno incansablemente, buscando optimizar nuestra capacidad de supervivencia. 

Esta noble labor se ve principalmente asistida por nuestro sistema nervioso, el cual de cierta forma es el director de orquesta de los infinitos procesos contenidos en cada uno de nosotros segundo a segundo. El sistema nervioso actúa también como el mediador entre el mundo exterior y el mundo interior, y continuamente está buscando descifrar y comprender la realidad física, emocional, y cultural en la que cada uno de nosotros está inmerso.

De esta forma, nuestros cuerpos empiezan a crear un mapa para navegar de la forma más eficiente posible la realidad en la cual cada uno de nosotros está insertado. Aunque este mapa está en constante actualización, hay ciertas rutas que empiezan a solidificarse más y más con el paso de los años, lo que hace más eficiente el proceso de supervivencia, pero también vuelve más difícil el proceso de actualización, puesto que no es lo mismo rehacer una carretera que un sendero. Y es justo cuando este mapa empieza a mostrarnos de manera consistente rutas falsas que nunca nos permiten llegar a nuestro destino, cuando podemos empezar a entender que la maravillosa sabiduría de nuestro cuerpo ha comenzado a ser hackeada por los estragos del trauma.



Gabor Maté, uno de los principales exponentes del trauma hoy en día nos dice que “La esencia del trauma es desconexión de nosotros mismos… el trauma es la mismísima separación de nuestros cuerpos y emociones”. Y es esta separación de nosotros mismos, lo que hace que sea fundamental acercarnos a entendimientos y herramientas que nos ayuden a restablecer esta conexión sagrada con nosotros.


De manera simple, a mí me gusta entender al trauma como estrés no procesado o metabolizado. ¿Por qué? Porque este entendimiento los desmitifica y lo flexibiliza. El estrés es una respuesta bioquímica que nuestro cuerpo emprende ante situaciones que crean una exigencia mayor o inesperada de nuestro cuerpo y mente, permitiéndole adaptarse a las demandas del momento presente. Unos de mis maestros favoritos, Luis Mojica aterriza este entendimiento al decir, “el trauma es algo que nuestro cuerpo hace de manera natural, si no te juzgas a ti misma cuando tu cuerpo tiene que estornudar o alimentarse, ¿por qué lo juzgarías por las adaptaciones surgidas de este estrés no metabolizado?”


La realidad es que todos vivimos experiencias difíciles que inducen estados de estrés a nuestro cuerpo y mente, de hecho, vivimos en una sociedad de estrés naturalizado y normalizado. Si no estás estresado, ¿estás seguro de que estás haciendo todo lo que deberías de hacer?


Sí, el estrés es una parte normal e incluso importante de la vida, pero cuando ese estrés se cronifica o nunca tiene la oportunidad de ser procesado, contenido y observado en un espacio de amor y compasión, entonces estamos en el umbral del trauma. 

No toda situación dolorosa o estresante tiene porque ser traumática, y esa es una distinción importante que tenemos que comenzar a hacer. Hoy en día los expertos lo repiten una y otra vez; el trauma no es lo que te sucedió, sino lo que pasó en ti como resultado de la experiencia vivida. Es solo cuando la respuesta de estrés no encuentra con las condiciones necesarias para ser procesado y liberado, que se convierte en trauma, generando en nuestro cuerpo y nuestra mente adaptaciones de supervivencia que transforman nuestra relación con el mundo incluso mucho después de que la experiencia que creó el “trauma” ya ha concluido.


El trauma entendido desde la óptica de los procesos bioquímicos de una respuesta ante el estrés a lo largo del tiempo, nos permite ampliar el ángulo de tratamiento frente al trauma, al entender que las adaptaciones físicas, emocionales y mentales que sucedieron como respuesta al evento traumático tienen su origen en las alteraciones y procesos bioquímicos y conductuales que nuestro cuerpo ha estado sosteniendo de manera  objetivamente innecesaria, pero subjetivamente imprescindible, por meses, años o décadas.


Un sistema dominado por el trauma, es aquel que vive repitiendo bucles del pasado, aquel que no puede conectar con la realidad del momento presente, puesto que los procesos autónomos que lleva a cabo su sistema nervioso para mantenerlo con vida, siguen pensando que hay un peligro inminente a la vuelta de la esquina.


Es importante también explorar la idea de cómo la creencia de que el trauma sucede en la experiencia cognitiva, nos hace perpetuar más trauma. ¿Cuántos de nosotros no nos hemos permitido actuar fuera de integridad frente a un infante o a alguien dormido? Cargamos con la creencia de que si la mente consciente no puede comprender lo sucedido, entonces no hay riesgo de daño. Pero nada podría estar más alejado de la realidad.


Si bien un trauma puede encontrarse activo en la historia que nos contamos a nosotros mismos acerca de los eventos o circunstancias que lo originaron, de manera esencial, el trauma está activo en nuestro cuerpo, y nuestro sistema nervioso. Al descubrir que el cuerpo es el “campo de batalla” en el cual los ecos bioquímicos del trauma siguen afectando nuestra vida, muchos de nosotros emprendemos la sutil huida al refugio poco seguro de la mente, espacio en el cual solidificamos las creencias asociadas a la experiencia, con poca oportunidad para procesar y sentir.


De todo lo descrito anteriormente, entonces se puede inferir que el proceso de sanción del trauma es aquel que nos permite conectar con el momento presente para reconocer la seguridad disponible en el aquí y en el ahora, para así completar esos ciclos de estrés que no tuvieron la oportunidad de ser metabolizados. El proceso que nos permite completar y procesar es aquel que une una apertura profunda a sentir todas nuestras emociones y sensaciones con la capacidad de sostenernos en presencia y compasión.

El trabajo principal sucede en el sentir y el observar, y contrario a lo que muchos de nosotros imaginamos, el comprender o analizar juegan un papel secundario. A través del trabajo somático, llegamos a entender al cuerpo como el contenedor de la mente subconsciente, en que cuál se expresan todas aquellas experiencias que no han tenido la oportunidad de graduarse a la experiencia consciente, pero que, sin embargo, informan nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos, día con día, momento tras momento.


Si bien en este texto me atrevo a tratar de definir el trauma, creo que las definiciones nunca están completas, puesto que son solo intentos de acercarnos a nuestra experiencia. Las palabras compartidas en este texto incluyen las perspectivas que yo he ido contemplando alrededor de este término tan amplio y de relaciones tan múltiples, e incluyen siempre la posibilidad de la evolución, la transformación y el cambio… tal y como nosotros lo hacemos.












 
 
 

Comentarios


©2020 by My Site. Proudly created with Wix.com

bottom of page